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domingo, 2 de diciembre de 2012

Teófilo, Tyson y Mahmoud


 por César Reynel Aguilera


EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO, como todas las doctrinas de ataque por la espalda, es pobre en conocimientos de boxeo. Si algo puede hacer el castrismo en su asesoría de las hordas fundamentalistas es explicarles, al menos en teoría, las nociones elementales de la pelea de frente. Decirles, por ejemplo, que la defensa, la velocidad de riposta, la pegada, el sentido de la distancia y la disposición para el combate, son habilidades esenciales a la hora de ganar una pelea real. Hacerles saber que cuando un contendiente aventaja a otro en alguna de esas habilidades, el equilibrio de la pelea puede desplazarse a su favor; pero sin que eso signifique, para nada, que el desenlace esté determinado de antemano.
Eso sí, deben insistir hasta el rezo para hacerle entender a esos iraníes que cuando se da el caso raro de que un contrincante supera a otro en todas y cada una de esas habilidades, la pelea, por desgracia, pierde todo su equilibrio y pasa a ser eso que en Cuba describimos con la imagen del león contra el mono… y el simio amarrado.
Les harían un gran favor, porque tal parece que el fundamentalismo iraní se apresta a ir a una guerra en defensa de su agresivo programa nuclear; y lo hace sin tomar en consideración, o sin que nadie le explique o recuerde, que esta vez su enemigo lo supera en todas y cada una de las habilidades descritas. Veamos.

Defensa
Mahmoud y sus Ayatolás confían en el alcance y poder destructivo de sus misiles convencionales. “Que ya pueden llegar a Europa”, dicen los que saben, sin recordar que aquellos cohetes interceptores Patriots —que le quitaron el sueño a Saddam— ya van por una generación de desarrollo (Pac-3) que es mucho más efectiva que las anteriores. A eso habría que sumar otros sistemas de defensa antimisiles que hacen lucir a los Patriots como cosas del pasado. En febrero del año 2010 el Pentágono anunció la destrucción de un misil balístico con un laser de alta energía generado a partir de un avión en vuelo. Corre el riesgo Mahmoud que sus cohetes terminen convertidos en simples supositorios.

Velocidad de riposta
En un mundo de misiles subsónicos, portaviones y bases de despliegue cercano, las aguerridas milicias de Mahmoud podrían llegar a creerse, Dios mediante, que están participando en uno de esos toma y daca que caracterizan a las peleas tradicionales. La cosa, sin embargo, cambia completamente si empezamos a hablar de un mundo con misiles capaces de viajar a cinco veces la velocidad del sonido, y con una autonomía de vuelo que les permite alcanzar cualquier punto del planeta en menos 30 minutos. Corren el riesgo los iraníes de ser golpeados sin ver venir el golpe y —lo que es peor— sin saber de dónde salió ni cómo hizo para llegar.

Pegada
Mahmoud quiere tener una pegada unclear; y para lograrlo decidió enterrar sus centrífugas enriquecedoras de uranio —y otras parafernalias— a una profundidad que los ingenieros iraníes calculan inalcanzables para las bombas de sus enemigos. Eso podría cambiar si tomamos en consideración que en julio de este año el Pentágono anunció la puesta a punto de una “superbomba” capaz de penetrar hasta 60 metros de concreto. Cuánto daño podría causar esa bomba —llamada MOP (trapear) por las siglas en inglés de Artillería de Penetración Masiva— a las instalaciones nucleares iraníes es algo que todavía está en discusión. Lo que sí es cierto es que su creación significa un incremento de —al mínimo— seis veces en el poder de fuego convencional del ejército estadounidense. Los cautelosos topos iraníes, y sus homólogos habaneros, deben estar cavando más muchos de sus túneles y búnkeres.

Sentido de la distancia
Este es, quizás, el peor de los errores de cálculo del fundamentalismo iraní. Un error tan craso que podría dar lugar a algo que cualquier antisemita medianamente inteligente —si es que eso es posible— intentaría evitar a toda costa. Un error que parte de la creencia de que los Estados Unidos, al estar tan lejos de Irán y haber salido recientemente de las campañas en Iraq y Afganistán, dejarían por inevitable el programa nuclear iraní.
Sólo la miopía de los fanáticos le impide ver a Mahmoud y compañía el hecho evidente de que los Estados Unidos, además de tener a su disposición la posibilidad del golpe rápido, certero, desde lejos y con pegada, ha decidido —por primera vez en sesenta años— crear una verdadera coalición militar con Israel.

En mayo de este año el congreso estadounidense aprobó por abrumadora mayoría el “Acta de cooperación incrementada en materia de seguridad entre los Estados Unidos e Israel”. Esa legislación, además de incrementar hasta niveles nunca antes vistos la ayuda militar, económica y de inteligencia al Estado judío, la hace obligatoria para la administración que sea elegida en los próximos comicios, y la supedita a la verificación por parte del Congreso cada seis meses.
Ya por el momento, y en lo que es sólo un inicio, esa legislación le ha dado acceso a los israelíes a más de tres millardos de dólares americanos en financiación militar; una cifra (la más alta en una larga historia de cooperación) que le permite al Estado judío comprar los aviones KC135 —capaces de dar reabastecimiento en vuelo a su flota aérea y absolutamente imprescindibles a la hora de una campaña en territorio iraní—,tener acceso irrestricto a los satélites espaciales norteamericanos y a tecnologías desarrolladas por el Pentágono que servirían, entre otras cosas, para poner a punto el sistema de defensa israelí (Domo de hierro) contra los misiles iraníes y los coheticos de Hamas.
Ese podría ser el gran logro de los fundamentalistas iraníes: la creación de un ejército conjunto, que combina el de un país —Israel— que lleva más de sesenta años peleando sin parar, junto al de la potencia tecnológica y militar más importante en la historia de la humanidad. Nadie puede saber de antemano cuál será el resultado exacto de esa combinación; pero lo que sí es posible predecir es que nada bueno augura para esos que sueñan con “borrar a Israel de la faz de la tierra”.

Disposición a pelear
Israel sabe que cada día de su existencia es un día conquistado a sangre y fuego. Los israelíes pueden estar agotados de tener que salir a pelear fuera de sus fronteras; pero si se trata de garantizar esa existencia —por la que llevan más de sesenta años peleando sin parar— a nadie le cabe la menor duda que van a hacer lo que sea necesario para seguir ahí, en el mismo sitio donde están sus muertos.
Con los Estados Unidos la cosa cambia; su ejército, después de dos largas campañas cazando psicópatas por el mundo, da signos de estar agotado y de no querer implicarse en nada que obligue a movilizar un gran número de tropas a través de los mares. Eso no significa, sin embargo, que los estadounidenses no estén dispuestos a aceptar las consecuencias de su ayuda irrestricta a Israel, quiero decir, las bombas en las espaldas, los civiles masacrados y las banderas quemadas con gasolina de la Exxon.
Una de las consecuencias más esperadas del conflicto con Irán es, claro está, el aumento exagerado de los precios del petróleo; algo que parece inevitable; pero que podrá ser contrarrestado, en cierta medida, gracias al hecho de que hace unos días los iraquíes ya lograron, por primera vez en muchos años, sobrepasar la producción petrolera de Irán (alguien en Texas debe estar sonriendo).
El castrismo debe saber, entonces, que una guerra contra Irán es casi inevitable; que basta con mirar al calendario de las festividades judaicas en Israel para ponerse a conjeturar sobre el día de su
inicio. ¿Antes, durante o después de Janucá? La “fiesta de las luces”, la celebración del aceite milagrosamente aparecido, la conmemoración de las nueve velas encendidas para celebrar la victoria de unos Macabeos que deben su nombre, dicen algunos, a la palabra martillo.
El castrismo sabe que antes o después de Janucá, y en junio con en enero, a los iraníes los van a trapear a martillazos. Si La Habana tuviera un ápice de solidaridad sincera con el fundamentalismo iraní, estaría enviando ahora mismo una delegación de alto nivel a Teherán con dos mensajes muy claros. Uno, con las famosas palabras de Teófilo Stevenson: “la técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica”. Y el otro con la lapidaria frase de Mike Tyson: “todo el mundo tiene un plan de pelea hasta que lo suenan”.

Voces 17
http://translatingcuba.com/wp-content/uploads/2012/11/Voces17.pdf

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